estar dentro es estar fuera

El silencio ha afilado sus cuchillos y viene a reclamar lo que es suyo: mis temores. Amenazante me observa en la oscuridad de la habitación, como si callara. Las sábanas muerden los pies, fríos, a la altura de las rodillas. Doy vueltas y todo lo demás se marea. El cuarto es ahora más chico que la cama. Y cerrado como mis ojos abiertos. Las paredes se caen a pedazos, como el resto de la casa. Nada quiere estar allí. Allí es angustia. Y es pertinaz. Allí es ineluctable, sin embargo. De allí no se sale sino entrando. Y entrar es reconocer en el caos un orden, el orden caótico que le es propio. Entrar es raro. Y es raro porque es raro. Y es reconocer la rareza (y la tautología). Entrar es obedecer con el codo, mirar con los pies, sudar con los ojos, cantar con el hígado o con las entrañas, comer un chocolate con el ombligo. Es vociferar desde la piel y hacia ella. Sentir que se vocifera. Suceder que se vocifera. Pero es una voz silente y oscilante: nunca ausente, siempre inconclusa, tan cavilosa como ignorante. Una vez dentro, salir es regocijarse en la pesadumbre. Y apesadumbrarse en el regocijo. Estar dentro es silenciar los temores (y temer). Estar dentro es atemorizar al silencio (y callar). Estar dentro, es estar fuera.

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