Tic...tic...tictictikitikitikishhhhhh....
Una cortina de agua se zambullía con vehemencia amurallando la puerta de Franklin. Y todas las demás puertas, claro. Gota a gota, los salpicones humedecían mis zapatillas, y una bufanda ventosa me envolvió el cuello, y me revolvió el pelo. Levante la vista. Me arropé entre las fútiles solapas de mi sobretodo, escupí un vago resoplido alentador, y me libré a la tormenta.
Comenzando por encontrar un posible puente (en este caso, una pequeña raíz) supe que la ida al subterraneo se combertiría en juego y danza; o, porqué no, en una presentación clownesca de una acróbata arrepentida.
Saltimbanqui de las baldosas, equilibrista de los cordones, sobrevolè los charcos en la inmediatez de la velocidad, revotando entre las piedras con la ligereza de una bailarina al compás de una orquesta de chapa, que traducía desde los tejados el dialecto urbano del agua y del viento. Las hojas en los árboles también danzaban y se contorsionaban, quizá, intentando imitar mi carrera evasora de cuanta gota amenazara atentar contra las telas aún secas, pero temerosas de tanto arrebato.
¡Gracias, a los balcones que repararon mi falta (arrepentida-mente intencional) de paraguas! Pero aún resguardada, no olvidé que el agua trae consigo astutas tretas. Escondida entre los baldosines sueltos, ésta espera la detonacion de algún pie distraído para embestir violenta contra las botamangas, y ella también se divierte en su muerte de gabardina o corderoy.
Luego de intrincados giros y balanceos, me clavé en el cordon de la avenida, retraída por la falta de improvisados techos, jardines de los pies capitalinos.
Esperando la aprobación del semáforo, levanté la vista luego de no haberla ampliado mas allá de mis pies, y fué como si el cielo no hubiera sido techo hasta ese momento, en el cual contemplé la magnitud del mundo en lo más precario de mi visibilidad: media cuadra.
La sensacion repentina de apertura y visión. La batalla se desataba en las alturas. Inmutarme, querer mimetizarme en el itinerario de las kamicases iluminadas, mas bien, atravezadas por la luz, despuntándola como caireles, y admirar, por un segundo, los pedacitos de cielo que con una especie de paz violenta se brindaban con esplendor al aire, estrellandose en el asfalto, en los autos y en las caras, en mi cara, que con tanta paz violenta como las gotas, se dejó abrir a la claridad de esa noche, en medio de tanta negrura diurna.
La eternidad de ese segundo todavía perdura. Lo bellisimo de un imaginado beso en esa esquina. Lo perfumado de una gota resbalando en algún cuello mojado...
No extrañé tanto al sol.
Debía cruzar para llegar a la caldeada fauce del subte. "Dicen que al correr uno se moja más que al caminar", pensé. Pero la impaciencia... pero creer que más rápido es mejor...
Di cuenta de que en realidad no había necesidad de correr, ni de caminar, sino de levitar. Quería hacerlo. Entonces levité; despegué cada uno de mis pies, suavemente, paciente, y me deslicé al otro extremo de la calle, tranquila, pues ya no había agua que me moje, ni viento que me tumbe. Todo era una idea. Un ideal de lluvia, de viento, de tacto. Todo en mi cabeza. Pero afuera.
Si no quiero, la lluvia no moja; si quiero, el viento acaricia mi rostro, sin rasguñarlo.
Descendí en la otra orilla. Aliviada, alivianada.
Apaciblemente, deslicé mis pies volantes sobre los escalones, y mientras desaparecía para el exterior, me dije: "ahora, quiero sentir la lluvia".
Adaptación personal de un texto de Vladimir.
Gracias!
Metamorfosis
Antes de abrir los ojos ya sentía un sabor raro en mi boca, en mi piel. Luego de un momento me di cuenta que no podía respirar, y con mis manos escarbé hacia arriba, hasta encontrar la superficie. Sorprendentemente, no me fue difícil llegar a la superficie, como si nuevas fuerzas se hubiesen instalado en mí luego de un largo descanso. Después de unos segundos abrí los ojos, para encontrarme con la figura de una mujer. Sus ojos penetrantes observaban maliciosamente, y una sonrisa insana se dibujaba en su rostro, en el momento preciso en que comencé a sentir que me ahogaba. "No intentes respirar, ya no lo necesitas" exclamó entre risas aquella criatura, de piel extremadamente blanca. "¿Te gustan los jazmines? Yo planto jazmines, pero siempre mueren... todo lo que pongo en la tierra se muere" exclamó con voz melancólica. De pronto, sentí una furia arrolladora, y una sensación de hambre se apoderó de mí. Mis dientes me dolían, y la tierra ya no tenía sabor. Ella acercó a un niño, tal vez de unos diez años, que tenía sujeto por el cuello. La criatura lloraba por su madre, y eso me produjo una extraña satisfacción. Aquella mujer que me recibió me dijo "ya sabes lo que hay que hacer". Con una sola mirada al crío implorante, bajé bruscamente mi cabeza y mis dientes se hundieron en su cuello.
El dulce sabor de su sangre pasando por mis labios me hizo sentir completamente en paz. Aquella bebida resultó ser uno de los más preciados tesoros que jamás había tocado, pero duró poco. Al pasar unos cuantos minutos, cayó muerto como una marioneta. Comprendí entonces que aquella mujer guiaría mis pasos a través de los días. Entendí que la amaría con locura, incluso cuando ese sentimiento estaba negado a los de mi clase. Levanté mi vista, pateé al cadáver con cara de susto, y tomé su brazo. “Voy a llamarte Jean-Pierre. Y yo, Andrómeda”. Abrió entonces la puerta y salimos hacia la noche expectante.
El dulce sabor de su sangre pasando por mis labios me hizo sentir completamente en paz. Aquella bebida resultó ser uno de los más preciados tesoros que jamás había tocado, pero duró poco. Al pasar unos cuantos minutos, cayó muerto como una marioneta. Comprendí entonces que aquella mujer guiaría mis pasos a través de los días. Entendí que la amaría con locura, incluso cuando ese sentimiento estaba negado a los de mi clase. Levanté mi vista, pateé al cadáver con cara de susto, y tomé su brazo. “Voy a llamarte Jean-Pierre. Y yo, Andrómeda”. Abrió entonces la puerta y salimos hacia la noche expectante.
As de Corazon¿es?
Siempre voy a los mismos lugares pero siempre trato de no pisar las mismas baldosas, aunque también esto pueda ser una obsesión y lo complicado que es a veces mirar arriba de mis pestañas, donde creo que sentadito estás.
Solo veo tus pies balanseándose frente a mis pupilas, y espero a que algún día tus cordones se desaten; desear que tropieces, caigas y pueda verte, y pobre de tu rodilla, curar tu frutilla; pero no, nunca.
Y es que a veces me cuesta tanto encontrate que me molestas por que me molesta que no te moleste, y que no me veas o que no lo demuestres, que vamos! que no lo sé siquiera!
Por que porqué me estructuro tanto sobre cartas que con un suspiro se derrumban, que sé que se derrumbarán, pero que son lo único que tengo para construir, construir una idea de viento, una idea de cuerpo, una idea de unidad, de totalidad, de brazos, pero que siempre se desgarran por que mis cartas, por que tu viento, por que abrieron la ventana, y nadie suspiró más que mi espada, pero tampoco nadie (vos) cantó "¡quiero retruco!" y que todo lo que tengo sean las ojaldradas esperanzas con dulce de leche, de que un día te des vuelta, quieras darte vuelta y encontrarme, y que yo esté ahí, y que estemos ahí, pero como ladrillos, no como cartas.
Solo veo tus pies balanseándose frente a mis pupilas, y espero a que algún día tus cordones se desaten; desear que tropieces, caigas y pueda verte, y pobre de tu rodilla, curar tu frutilla; pero no, nunca.
Y es que a veces me cuesta tanto encontrate que me molestas por que me molesta que no te moleste, y que no me veas o que no lo demuestres, que vamos! que no lo sé siquiera!
Por que porqué me estructuro tanto sobre cartas que con un suspiro se derrumban, que sé que se derrumbarán, pero que son lo único que tengo para construir, construir una idea de viento, una idea de cuerpo, una idea de unidad, de totalidad, de brazos, pero que siempre se desgarran por que mis cartas, por que tu viento, por que abrieron la ventana, y nadie suspiró más que mi espada, pero tampoco nadie (vos) cantó "¡quiero retruco!" y que todo lo que tengo sean las ojaldradas esperanzas con dulce de leche, de que un día te des vuelta, quieras darte vuelta y encontrarme, y que yo esté ahí, y que estemos ahí, pero como ladrillos, no como cartas.
Pero dale! que tanto no puedo esperarte (por ahi no quieras ser esperado, quizas no esperas que alguien te espere, tal vez sea mi elección, puede que sea mi reproche) porque vivir de la incertidumbre desespera, mas bien arde, como cuando te acercas tanto al fuego que crees que ya no es pero que nunca dejó de ser, y te quemás (¿porqué hablo en segunda persona?) y me quemo, y otra vez se me voló el mazo, pero de un desvelo.
Arremeto un suspiro contra mi flequillo, y arrodillada en el piso, junto las cartas dispersas.
Arremeto un suspiro contra mi flequillo, y arrodillada en el piso, junto las cartas dispersas.
Vamos de nuevo (¿plural?)
Mejor espero...
Listo.
Mejor espero...
Listo.
In - Finito
Y leí: "te quiero nena, simplemente". Fue entonces que me detuve en medio de mi cama, y bajo la marañita de finos pelos que dicen recubrirme, reconté cuántas formas hay de querer. Y cuántos quereres hay en formas. Simple: tantos como cuantos quereres haya en formas y como cuantas formas haya de querer. Seguí revoloteando entre las sabanas.
Faringitis
Es mientras estoy en el calor de mi hogar cuando la siento, esa sensación de piel quemando, como si fuera a estallar en ampollas cada segundo que pasa. No hay agua suficientemente fría que calme ese fuego, ni hay sábanas suficientemente pesadas para calmar esa helada que me corre por los huesos.
Por supuesto, que la piel me parezca de cartón hirviendo no es lo único. Mi garganta está invadida, mi cabeza organiza una pelea de bandas en su interior, y mis manos, entumecidas, titilan.
Por supuesto, que la piel me parezca de cartón hirviendo no es lo único. Mi garganta está invadida, mi cabeza organiza una pelea de bandas en su interior, y mis manos, entumecidas, titilan.
Mariposa
¿Querrá alguien llevarme flores?
A la que fuí, o a la que soy.
A la que lamenten más; a mí igual me dá.
Si hay alguien, por favor, que no sean claveles.
Me huelen a muerte, y ya tengo las semillas de mis próximos nacimientos.
Que sean jazmines, si no es mucho pedir.
Y fresias si es posible; coloridas y perfumadas fresias...
Tal vez hagan más amena mi estadía en mi.
O a la que se fué.
O a la que será.
A alguna de nosotras.
Gracias.
A la que fuí, o a la que soy.
A la que lamenten más; a mí igual me dá.
Si hay alguien, por favor, que no sean claveles.
Me huelen a muerte, y ya tengo las semillas de mis próximos nacimientos.
Que sean jazmines, si no es mucho pedir.
Y fresias si es posible; coloridas y perfumadas fresias...
Tal vez hagan más amena mi estadía en mi.
O a la que se fué.
O a la que será.
A alguna de nosotras.
Gracias.
Mausoleo
En el acallado vagón, me siento sobre mis tumbas.
En un lenguaje interior, se desprenden desfasados mis sentidos.
En mí reposan mis ojos, mis manos, mi nariz, mi boca, mis oídos.
¿Y ese silencio?
Soy yo recordándome, y sumida en mi oscuridad encendida, me miro, me toco, me huelo, me hablo, me escucho.
En mi fiesta negra, innumerables voces invocadas se alternan ebrias, y de tanto en tanto, se desprenden del viejo, enmohecido lenguaje del amor, sílabas impronunciables, inentendibles, y una lágrima que no rueda.
¿Y ese ruido?
Soy yo silenciándome, en un palpito en el que soy viaje (de ida), maleta (vacía) y camino (sin destino), en el que me planeo, me guardo, me recorro, intentando no desaparecer en el beso que no fue.
En el silencio del vagón me reconozco, me encuentro.
¿Y ese grito?
Soy yo renaciéndome, orándome en mi vagón silenciado por mis muertes.
En un lenguaje interior, se desprenden desfasados mis sentidos.
En mí reposan mis ojos, mis manos, mi nariz, mi boca, mis oídos.
¿Y ese silencio?
Soy yo recordándome, y sumida en mi oscuridad encendida, me miro, me toco, me huelo, me hablo, me escucho.
En mi fiesta negra, innumerables voces invocadas se alternan ebrias, y de tanto en tanto, se desprenden del viejo, enmohecido lenguaje del amor, sílabas impronunciables, inentendibles, y una lágrima que no rueda.
¿Y ese ruido?
Soy yo silenciándome, en un palpito en el que soy viaje (de ida), maleta (vacía) y camino (sin destino), en el que me planeo, me guardo, me recorro, intentando no desaparecer en el beso que no fue.
En el silencio del vagón me reconozco, me encuentro.
¿Y ese grito?
Soy yo renaciéndome, orándome en mi vagón silenciado por mis muertes.
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